lunes, 17 de marzo de 2008

Seres ratoniles (sobre Desayuno en Tiffany’s de T. Capote)


Holly dice no haber amado de verdad. A quienes se ha entregado, a esos a quienes ha querido… todos ellos no son más que seres ratoniles. Mas, Holly no pierde la esperanza, piensa que esta vez el diplomático brasilero se escapará de ese poderoso epitafio, esperanza al final de las páginas se materializa imposible. Holly llega a embarazarse de él y a querer ese hijo. Está dispuesta a viajar a Latinoamérica -eso en realidad nunca fue difícil- y a seguir los pasos que su querido emprenda. Holly sufre por no haber sido virgen para este hombre, este que la quiere, que la protege. Este ser no ratonil es responsable de que Holly cuestione su vida. Su historia es una extensión no limpia, no pura -Cuántos... ocho amantes quizás, los de antes de los doce años no se cuentan-. Es duro, es duro que una mujer de veinte años -para algunos aún una jovencita a esa edad- sufra ese pasado tan reciente como algo oscuro, debilitante. Un ser tan excepcional como esta mujer que crea Capote, esta niña que se caso a los catorce y fue madre de unos pequeños aún mayores que ella, es envuelta por el mundo neoyorkino y sus agentes. Se remontan las sensaciones a ese pasado del imaginario cinéfilo gringo, esas avenidas, cafés y departamentos húmedos, esos que hemos querido imitar... quizás con un poco de triunfo, pero principalmente, con tragedia. Holly, que emprende un galope por las avenidas de esa gran ciudad, que salva a su amigo, que pierde a su hijo, que es apresada, que pierde a su gato y emprende el viaje -esta vez sola- a el sur del continente... es esa Holly la que aparece misteriosamente en el rostro de una escultura africana, fotografiada por un japonés y llevada de regreso a su antiguo bar, ese de sus años mozos, ese donde recibía los mensajes, los múltiples mensajes.
Josefina

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