miércoles, 26 de marzo de 2008

Sobre Carta a la Amazona


He leído no hace mucho Carta a la Amazona de la poeta rusa Marina Tsvietáieva, en ella la poeta responde a una mujer de su época -a la escritora Natalie Barney- que no hace mucho a publicado Pensamientos de una Amazona. La historia, al parecer, trata de dos mujeres que se aman. Para Marina, que responde no muchos años después, lo terrible es “una laguna en su libro, una sola, inmensa (...)”, preguntándose luego “-¿conciente o no? No creo en la inconciencia de los seres pensantes, menos –en la de los seres pensantes que escriben, y aun menos— en la inconciencia femenina escribiente.” Para Marina “esa laguna, ese dejar en blanco, ese hueco negro –es el Niño”. No muchos párrafos después nos revela “No se puede vivir de amor. La única cosa que sobrevive al amor, es el Hijo”, y continua “El fin, es el grito desesperado, desnudo, irremediable: -¡Un hijo tuyo!” Luego “Pero que dirá, qué dice de eso la naturaleza, la única vengadora y justiciera de nuestras desviaciones físicas. La naturaleza dice: no. Al prohibírnoslo se defiende a sí misma. Dios, al prohibirnos algo lo hace por amor a nosotros; la naturaleza, lo hace por amor a sí misma, por odio a lo que no es ella.”
Lo que hace Tsvietáieva es, en una interpretación primaria, apoderarse de un personaje, escribe desde la óptica de aquella mujer, que también amando a otra, siente la falta de aquello que la otra no quiere denunciar. Sin embargo, al adentrarnos un poco más en la vida y en los sentimientos de la poeta descubrimos que hay más. Tsvietáieva expone en las cartas lo más profundo de sus convicciones. Siente que hay algo que Natalie no quiere enfrentar, que evita, o que simplemente soslaya, algo que es fundamental, pues esta inscrito en los sentidos e intuiciones humanas. Y dirá “Es el único punto fallido, el único atacable, la única brecha en esa entidad perfecta que son dos mujeres que se aman. Lo imposible –no es resistir a la tentación del hombre, sino a la necesidad del hijo”, y es aquí que la trama se hace explicita. Cuando Marina analiza la novela de la escritora lo que hace es penetrar en aquel lugar oscuro que la autora esconde. La novela, al parecer se centra en la idea de la prescindencia del hombre, del padre o del marido. De una prescindencia en el sentido de innecesariedad. El hombre ya no es importante, pues no es a él a quien amamos, ya no estamos presos de sus cadenas, pues nos es indiferente, y en tanto nos sea indiferente, somos libres. Sin embargo, en opinión de Marina, de lo que realmente se trata, es de prescindencia de ese algo que es mucho más trascendente. Y es que “. Sí, pero mueren. Todos Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, Aquiles y la amazona (…) No tienen tiempo para ese devenir que es el niño, no tienen hijos porque no tienen porvenir, no tiene mas que el presente que es su amor y su muerte, siempre presente” Y luego, cuando la mujer intenta la liberación, cuando cree que no es presa de la naturaleza, pues sobre ella se impone, no hace otra cosa que negarse a la verdad, una verdad que esta inscrita en su ser. La necesidad no es del hombre, la necesidad es del hijo, y es ese el grito desesperado que Nathalie oculta, aquel de Tsvietáieva rescata y que nos impone como una certeza. Y es que la obra muchas veces oculta lo verdaderamente relevante, y lo hace del modo más sencillo.
Josefina

lunes, 17 de marzo de 2008

Seres ratoniles (sobre Desayuno en Tiffany’s de T. Capote)


Holly dice no haber amado de verdad. A quienes se ha entregado, a esos a quienes ha querido… todos ellos no son más que seres ratoniles. Mas, Holly no pierde la esperanza, piensa que esta vez el diplomático brasilero se escapará de ese poderoso epitafio, esperanza al final de las páginas se materializa imposible. Holly llega a embarazarse de él y a querer ese hijo. Está dispuesta a viajar a Latinoamérica -eso en realidad nunca fue difícil- y a seguir los pasos que su querido emprenda. Holly sufre por no haber sido virgen para este hombre, este que la quiere, que la protege. Este ser no ratonil es responsable de que Holly cuestione su vida. Su historia es una extensión no limpia, no pura -Cuántos... ocho amantes quizás, los de antes de los doce años no se cuentan-. Es duro, es duro que una mujer de veinte años -para algunos aún una jovencita a esa edad- sufra ese pasado tan reciente como algo oscuro, debilitante. Un ser tan excepcional como esta mujer que crea Capote, esta niña que se caso a los catorce y fue madre de unos pequeños aún mayores que ella, es envuelta por el mundo neoyorkino y sus agentes. Se remontan las sensaciones a ese pasado del imaginario cinéfilo gringo, esas avenidas, cafés y departamentos húmedos, esos que hemos querido imitar... quizás con un poco de triunfo, pero principalmente, con tragedia. Holly, que emprende un galope por las avenidas de esa gran ciudad, que salva a su amigo, que pierde a su hijo, que es apresada, que pierde a su gato y emprende el viaje -esta vez sola- a el sur del continente... es esa Holly la que aparece misteriosamente en el rostro de una escultura africana, fotografiada por un japonés y llevada de regreso a su antiguo bar, ese de sus años mozos, ese donde recibía los mensajes, los múltiples mensajes.
Josefina