viernes, 25 de julio de 2008

Julius, en un río profundo.


Comencé la lectura con reticencia. Lo anterior había consistido en un viaje a la sierra peruana, a las profundidades de los valles, de sus ríos y, a la cima de sus montañas. Ahora se trataba de un burgués viaje a Lima, a un recorrido por sus principales avenidas, los ricos barrios donde las ricas familias disfrutan de sus ricos privilegios. No resultaba muy atractivo, sin embargo, lo fue. Un Mundo para Julius del escritor peruano Alfredo Bryce-Echeñique es una novela escrita sin resentimiento. Hay por supuesto crítica y un distanciamiento interesante de las formas en que las clases sociales se relacionan, pero no hay angustia ante eso. Sucede, y el autor lo retrata: hay belleza por doquier, Susan es hermosa, pero también lo es Vilma, la primera niñera de Julios, una mestiza atractiva, bondadosa, pero que por las villanías de un hijo mayor medio gay, termina en la mala vida, según nos cuenta al final Nilda –una fea cocinera, según el narrador-.

La belleza y la fealdad son tratados de manera determinante. Cuando Julius es pequeño no distingue en ello más que el agrado de un rico olor, y la estética de una casa limpia. Cuando crece, aparecen frente a él, las formas sociales, esas que van atando sin querer, y que, también al final, lo hacen huir de la cocinera que lo recuerda y visita.

Y Cano, qué decir, de este entrañable personaje. Un muchacho pobre y triste que recorre los jardines del colegio nombrando las flores como su madre, y las ya marchitas como su abuela. Cano intenta un nuevo Perú, pero sus formas no apelan a la racionalidad ni a lo posible, sino a lo mágico, a lo que vemos como menos probable.

En Los Ríos Profundos las cosas son muy distintas. José María Arguedas sufrió con las exigencias de una literatura social, indigenista. Brice-Echeñique no se da ni por aludido. Dos miradas sobre un Perú complejo, hermoso, que nos llevan por territorios, mundos, vidas, necesidades y felicidades totalmente diversas.

Tan siútica como siempre,

Josefina

viernes, 13 de junio de 2008

Cuando se viaja rápidamente



La sesión pasada leímos "Los Rios Profundos", de Jose Maria Arguedas. A muchas nos pareció que este se dividía en dos partes, la primera nos hablaba de los viajes de Ernesto con su padre a través de incontables pueblos de Perú, describiéndonos paisajes asombrosos, que cambiaban constantemente, tal como uno a veces cambia de tema de conversación. Leerlo daba como la sensación de estar volando sobre cientos de lugares distintos que contaban historias sobre culturas inimaginables.
La segunda parte nos mostraba la vida de Ernesto en un internado en la ciudad de Abancay y los intensos episodios sobre su estadía en esta.
Como deciamos con la Paloma, "Arguedas nunca pudo conciliar su lado indígena con su lado mestizo", y bueno también lo dicen muchas páginas en internet...pero creo que el libro es un especie de puente de imágenes sobre un mundo que no conocemos y mas aún ni siquiera comprendemos, es un salto de paisajes y sensaciones, que al leerlo solo deja en claro que Arguedas construyó un camino entre sus dos lados supuestamente irreconciliables
Irene

martes, 1 de abril de 2008

Entre Mr. Darcy & Rodión Romanovich Raskolnikoff


Las alternativas son arbitrarias, se trata de la elección entre siglos, países, mundos, autores y necesidades diversas. Qué mujer después de leer Orgullo y Prejuicio no ha sentido que solo en el amor del Señor Darcy se puede descansar en paz, o que con lograr acercarnos un poco a esa orgullosa e inteligente señorita Bennett, ese querido ya se encuentra cerca. Entre ese buen muchacho -frío y poco amable - y Rodia -un lejano de San Petersburgo- quizás no hay tanto que lucubrar. Pero es inevitable.

Sonia elige a Rodia y en ello viaja a la siga de un convoy que traslada a condenados a las cárceles de Siberia. Rodión ocupa su lugar en ellos, condenado por el asesinato de dos mujeres –Yo soy quien asesinó a hachazos, para robarlas, a la vieja prestamista y a su hermana Isabel- y debe permanecer ocho años privado de libertad. Sonia le ha prometido no abandonarlo -seguirlo a donde lo envíen-, y Rodia, pensando que jamás la amará, agradece desde su miseria un acto de entrega del que se siente ajeno. No puede ser él objeto del amor de esa criatura, hay en ella un sentido del deber que cruza extensiones de un mundo oscuro y degradante, distancias que no le competen, que no lo salvan.

Es Darcy ante esto la elección más fiable, pero es esa alternativa la que Austen desecha. Elizabeth no acepta a quien amándola reniega de su familia –ella dice no, y al hacerlo configura un mundo donde no son las conveniencias las que priman, sino el sentimiento más honesto. -Te odio porque me odias, y tu amor no es sino ese deseo que ultrajar lo noble de aquella que no cede-. Y es esa rebeldía, ante lo que ella cree una sociedad que la dirige, lo que revela en Darcy que aún no todo esta perdido. Es en las palabras que no se dicen, en el silencio, y en la terquedad de orgullosos y prejuiciosos –más bien en la destrucción de aquello- que Darcy y Elizabeth se revelan.

Entre la inglesa de principios del siglo XIX y el ruso que escribe a mediados y finales del mismo siglo, son innumerables las diferencias. Tan abismales que lo común pareciera reducirse a escribir sobre hombres y mujeres. Cuál es entonces el sentido que este escrito. Una cuestión tan subjetiva como los personajes a quienes más he querido. Darcy me explicó que era ser un buen sujeto –de esos que no abundan- y Rodia que es ser extraordinario. La naturaleza divide a los hombres en dos categorías: la una inferior, la de los hombres ordinarios, cuya sola misión es la de reproducir seres semejantes a sí mismos; la otra, superior, que comprende los hombres que poseen el don o el talento de hacer oír una palabra nueva (de un diálogo entre Porfirio y Rodia). Lo lamento, pero es cierto, en esta categorización que hace Raskolnikoff -en su ensayo publicado en la Palabra Periódica- Darcy es necesariamente el primer tipo –Pertenecen a la primera, de una manera general, los conservadores, los hombres de orden que viven en la obediencia y que la aman- y eso es lamentable. Porfirio –¿De modo que usted cree en la nueva Jerusalem?- y Rodia –Si que creo- y el juez –¿Cómo pueden distinguirse los hombres extraordinarios de los ordinarios? (…) si un individuo que de una categoría se figura que es de otra y se pone (…) “a suprimir a todos los obstáculos...”- y el estudiante –Eso ocurre con mucha frecuencia (…) pero considere usted que ese error es posible en la primera categoría (…) ellos no van muy lejos- y luego –¿Hay muchas personas extraordinarias?- y nuestro reo –se cuenta un genio entre muchos millones-… y finalmente –al escribir su articulo es muy probable… que se considerase usted como uno de esos hombres “extraordinarios” (…) ¿No es así?- y él –Es muy posible-.

¿Es Rodia un ser extraordinario?, ¿es Darcy un ser que puebla la tierra de seres semejantes a sí?... es probable, pero es necesario. A quién le importan los conflictos psiquiátricos del ruso, a quién le interesa la entereza del inglés, lo que vale es la pregunta… irías a Siberia. Y mi respuesta es sí. Y he aquí donde Sonia es recompensada “En los ojos de la joven parecía resplandecer una felicidad inmensa; no había para ella duda de que Raskolnikoff la amaba con amor infinito. Había llegado, por fín, ese momento…” “Raskolnikoff había resucitado, lo sabía y lo sentía en todo su ser, y Sonia no vivía más que para la vida de su amado.” Josefina

miércoles, 26 de marzo de 2008

Sobre Carta a la Amazona


He leído no hace mucho Carta a la Amazona de la poeta rusa Marina Tsvietáieva, en ella la poeta responde a una mujer de su época -a la escritora Natalie Barney- que no hace mucho a publicado Pensamientos de una Amazona. La historia, al parecer, trata de dos mujeres que se aman. Para Marina, que responde no muchos años después, lo terrible es “una laguna en su libro, una sola, inmensa (...)”, preguntándose luego “-¿conciente o no? No creo en la inconciencia de los seres pensantes, menos –en la de los seres pensantes que escriben, y aun menos— en la inconciencia femenina escribiente.” Para Marina “esa laguna, ese dejar en blanco, ese hueco negro –es el Niño”. No muchos párrafos después nos revela “No se puede vivir de amor. La única cosa que sobrevive al amor, es el Hijo”, y continua “El fin, es el grito desesperado, desnudo, irremediable: -¡Un hijo tuyo!” Luego “Pero que dirá, qué dice de eso la naturaleza, la única vengadora y justiciera de nuestras desviaciones físicas. La naturaleza dice: no. Al prohibírnoslo se defiende a sí misma. Dios, al prohibirnos algo lo hace por amor a nosotros; la naturaleza, lo hace por amor a sí misma, por odio a lo que no es ella.”
Lo que hace Tsvietáieva es, en una interpretación primaria, apoderarse de un personaje, escribe desde la óptica de aquella mujer, que también amando a otra, siente la falta de aquello que la otra no quiere denunciar. Sin embargo, al adentrarnos un poco más en la vida y en los sentimientos de la poeta descubrimos que hay más. Tsvietáieva expone en las cartas lo más profundo de sus convicciones. Siente que hay algo que Natalie no quiere enfrentar, que evita, o que simplemente soslaya, algo que es fundamental, pues esta inscrito en los sentidos e intuiciones humanas. Y dirá “Es el único punto fallido, el único atacable, la única brecha en esa entidad perfecta que son dos mujeres que se aman. Lo imposible –no es resistir a la tentación del hombre, sino a la necesidad del hijo”, y es aquí que la trama se hace explicita. Cuando Marina analiza la novela de la escritora lo que hace es penetrar en aquel lugar oscuro que la autora esconde. La novela, al parecer se centra en la idea de la prescindencia del hombre, del padre o del marido. De una prescindencia en el sentido de innecesariedad. El hombre ya no es importante, pues no es a él a quien amamos, ya no estamos presos de sus cadenas, pues nos es indiferente, y en tanto nos sea indiferente, somos libres. Sin embargo, en opinión de Marina, de lo que realmente se trata, es de prescindencia de ese algo que es mucho más trascendente. Y es que “. Sí, pero mueren. Todos Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, Aquiles y la amazona (…) No tienen tiempo para ese devenir que es el niño, no tienen hijos porque no tienen porvenir, no tiene mas que el presente que es su amor y su muerte, siempre presente” Y luego, cuando la mujer intenta la liberación, cuando cree que no es presa de la naturaleza, pues sobre ella se impone, no hace otra cosa que negarse a la verdad, una verdad que esta inscrita en su ser. La necesidad no es del hombre, la necesidad es del hijo, y es ese el grito desesperado que Nathalie oculta, aquel de Tsvietáieva rescata y que nos impone como una certeza. Y es que la obra muchas veces oculta lo verdaderamente relevante, y lo hace del modo más sencillo.
Josefina

lunes, 17 de marzo de 2008

Seres ratoniles (sobre Desayuno en Tiffany’s de T. Capote)


Holly dice no haber amado de verdad. A quienes se ha entregado, a esos a quienes ha querido… todos ellos no son más que seres ratoniles. Mas, Holly no pierde la esperanza, piensa que esta vez el diplomático brasilero se escapará de ese poderoso epitafio, esperanza al final de las páginas se materializa imposible. Holly llega a embarazarse de él y a querer ese hijo. Está dispuesta a viajar a Latinoamérica -eso en realidad nunca fue difícil- y a seguir los pasos que su querido emprenda. Holly sufre por no haber sido virgen para este hombre, este que la quiere, que la protege. Este ser no ratonil es responsable de que Holly cuestione su vida. Su historia es una extensión no limpia, no pura -Cuántos... ocho amantes quizás, los de antes de los doce años no se cuentan-. Es duro, es duro que una mujer de veinte años -para algunos aún una jovencita a esa edad- sufra ese pasado tan reciente como algo oscuro, debilitante. Un ser tan excepcional como esta mujer que crea Capote, esta niña que se caso a los catorce y fue madre de unos pequeños aún mayores que ella, es envuelta por el mundo neoyorkino y sus agentes. Se remontan las sensaciones a ese pasado del imaginario cinéfilo gringo, esas avenidas, cafés y departamentos húmedos, esos que hemos querido imitar... quizás con un poco de triunfo, pero principalmente, con tragedia. Holly, que emprende un galope por las avenidas de esa gran ciudad, que salva a su amigo, que pierde a su hijo, que es apresada, que pierde a su gato y emprende el viaje -esta vez sola- a el sur del continente... es esa Holly la que aparece misteriosamente en el rostro de una escultura africana, fotografiada por un japonés y llevada de regreso a su antiguo bar, ese de sus años mozos, ese donde recibía los mensajes, los múltiples mensajes.
Josefina

viernes, 22 de junio de 2007

Srtas lectoras on line


Ha nacido el blog de las señoritas lectoras, un nuevo espacio para discutir sobre literatura, que no reemplaza claro las tertulias, pero que las complementa, en donde se puede reflexionar sobre todo aquello que se nos quedo en el tintero, para plantear nuevas inquietudes, publicar textos de nuestros autores favoritos e incluir links complementarios y por que no, explorar el mundo de la escritura, los sentimientos y nuestras impresiones del mundo. Espero que lo disfruten.


Con cariño dan*